ATRAPANDO EL ÉXTASIS DE MI CORAZÓN SERRANO

18.05.2020 22:09

ESCUCHANDO A MI CORAZÓN SERRANO:

Con los sentidos predispuestos, hay que contemplar la soberana grandeza de los paisajes forestales; de internarse en la espesura y espaciar la mirada en las estribaciones abruptas, las vertientes, las hoyas, los calveros, los meandros de rios y arroyuelos, notar la sensación de sentirse acariciado por el aroma resinero de sus pinos y respirar a pulmón lleno en plena Naturaleza.

La Sierra de Segura ofrece al ser humano los inéditos atractivos de sus bellezas incomparables y singulares: el tapiz de las vegetaciones arbustivas, los brotes bravíos en que florecen y maduran los frutales y el agua discurre, peñas abajo; la “soledad sonora” de los paisajes montañosos, tan necesaria para las “almas trabajadas!, teniendo la sensación de que se remoja el cuerpo con la grata medicina del aire puro y el susurro de los vientos al socaire de sus pinares.

Todo es en esta Sierra segureña, grande, majestuoso, diríamos que solemne: con una solemnidad augusta que recoge las almas y las concentra en si mismas, a modo del más puro deleite artístico; todo es magnífico, con sublime magnificencia: aquel cielo azul cobalto, sereno y radiante, que cobija tanta grandeza; aquellas soberbias moles de piedras gigantescas, colocadas, al parecer, caprichosamente con manos de titanes que pretendieron escalar el Cielo; aquellas alturas coronadas de enormes rocas cubiertas de musgo, como peladas a punta de tijera, en que la fantasía popular adivina las líneas y contornos de personas y objetos y animales; aquellos vergeles deliciosos, donde crecen toda clase de arbustos, y en los que se mezcla el aliento balsámico de sus pinares, con el acre aroma penetrante de los enebros,  y las gratas emanaciones del tomillo, la salvia, y densa aromáticas plantas; aquellas masas de espesas arboledas y aquellos macizos naturales de flores silvestres que se asoman al borde de profundos barrancos, y festonean los inmensos precipicios, y se miran en el cristal de los arroyos bullidores, que por todas partes discurren con grato murmurio; aquellas cañadas misteriosas y profundas, donde apenas penetran los rayos del sol, tibiamente iluminadas por una discreta luz, como cernida a través de la espesura de las hojas; aquellos prados, tapizados de fina y menuda hierba; regalado pasto de numerosos rebaños, que alegran con el tintineo de sus esquilas aquellas soledades melancólicas, engendradoras de los más dulces ensueños…. Y entonando el cuadro vigoroso que la Naturaleza ofrece allí a los sentidos, se destacan entre la espesura, algunas blancas casitas, modestas viviendas de humildes labriegos que roban pedazos de tierra a sus naturales producciones, y rasgando su seno virgen con la reja del arado o el cortante filo de la azada, la cultivan, más que con ansias codiciosas, con verdaderos mimos de tierno enamorado. 

El paisaje de nuestra tierra giennense es como una paleta multicolor, dónde se completan y armonizan los diversos matices de luz, las erosiones del terreno, alturas, planicies, guijarrales y lomeras, las manchas verde-brillante de los olivos—siempre iguales y distintas, como las nubes camineras---, que se derraman por todas partes en una tierra de promisión, que renueva el fruto de sus campos con inacabable largueza