Dª CATALINA GODINEZ Y SU RELACIÓN CON SANTA TERESA EN BEAS DE SEGURA

21.04.2016 11:18

Dª CATALINA GODINEZ.

Temblaban aún los luceros en la alta madrugada de aquel día 23 de febrero del año del Señor, de 1.565, cuando ante la venta de Beas, que es un lugar pasajero entre Andalucía y el Reino de Murcia, descendía una monjita de agraciado rostro y diminuta estatura, a quien acopañaban otros religiosos, dos caballeros principales y un sacerdote, que se les había unido al pasar por Malagón. La jornada había sido fatigosa y atrás habían quedado muchas leguas de polvoriento camino.

   No ha dormido, no ha descansado la monjita de enorme humanidad y en el humilde mesón que empieza a desperezarse con las primeras luces de la amanecida, todo es incómodo, elemental y escueto, pero a madre Teresa, la empuja un prodigioso dinamismo interior y ni las adversidades de la salud quebrantada por tantas vigilias y penitencias aceptadas com sacrificio en las penosas e interminables caminatas, y menos, las incomodidades de las posadas, mellan el ánimo de la monja andariega, que se abraza en ardores místicos. Para un frugal refrigerio y un breve descanso, cualquier sitio es bueno,--comenta a sus acompañantes, bastante más agotados y decaidos que ella--- y continua diciendo: "Lo que urge es reanudar la marcha hacia Beas, en tierra muy deleitosa y de buen temple, a dónde el Señor me ha llamado para esta nueva fundación".

   Econtrándose en Salamanca, había recibido con cartas a un mensajero enviado por una señora de aquel lugar, pidiendo" que fuese a fundar un monasterio---si tuviese a bien---- porque ya tenía casa para él, que no faltaba sino irle a fundar".

   Residía en esta villa de Beas, un caballero que se llamaba Sancho Rodríguez de Sandoval, de noble linaje con hartos bienes temporales, casado con doña Catalina Godinez, de cuyo matrimonio, entre otros hijos que nuestro Señor les dió, fueron dos hijas, llamada la mayor doña Catalina Godinez y doña María de Sandoval, la menor. Vanidosa y soberbia, despreocupada y poseida de sí misma, participa doña Catalina gozosamente en las fiestas y atenciones mundanas de la sociedad de su tiempo y no le faltan mozos galanteadores, entre ellos un mayorazgo "que le sentaba demasiado bien"----dice con su particular gracejo y estilo la Santa---con el que su padre proyectaba que habría de casarse. Nada ni nadie podría presagiar que aquella frívola adolescente, iba de súbito a renunciar a sus ventajas de linaje, belleza y posición social, para entregarse con toda la fuerza de su corazón al servicio del Señor, con tantas renunciaciones, trabajos y heroicas virtudes.

   Refiere el "Libro de fundaciones", que tenía a la sazón catorce años, y estando doña Catalina aún en su lecho, leyó "en un crucifijo que allí había el título que se pone sobre la cruz y súbitamente en leyéndole, la mudó todo el Señor.....así como leyó el título, le parecía haber venido una luz a su alma para entender la verdad como si en una pieza oscura entrara el sol; y con esta luz puso los ojos en el Señor que estaba en la cruz corriendo sangre, y pensó cuál maltratado estaba, y en su gran humildad, y cuan diferente camino llevaba ella yendo por su soberbia".

   Desde aquel instante dijo adiós al mundo y su humildad, obediencia y piedad, llegaron a asombrar a la misma Santa Teresa.  "Ninguna cosa entiendo de esta alma--- exclama---que no sea para ser agradable a Dios y así lo es con todas".

   Fue doña Catalina, aquella señora que había enviado el mensajero a santa Teresa, para que viniese a Beas a fundar un Monasterio y es fácil imaginar aquella mañana del 24 de febrero de 1.565, cuando ya el júbilo de las campanas había santiguado el día, la entrada de la Santa en Beas con su acompañamiento de monjas y de Julián de Ávila, Antonio de Gaytán y el sacerdote Gregorio Martínez, acogida jubilosamente por el vecindario para fundar el Monasterio, llamado S. José del Salvador, en el día de San Matías el Apóstol elegido por los restantes, después de la felonía de Judas.

  

                                                                             COLOFÓN

Pasan los tiempos y los hombres también. Y en este lento, pero inexorable giro de la vida, aconteceres y personas que gozaron de merecida fama y gloria, van sepultándose bajo el polvo de los archivos, cuando no se sumergen en las negras simas de la indiferencia y el olvido. De este modo, la muerte, era implacable en el sentido, de que no espera ni aplaza su cita, al llevarse consigo a seres cuyos nombres por derecho propio debieran quedar inscritos en la Historia, borrando la luminosa estela que dejaron en el camino de la vida. Por eso y por mil motivos más, he creido conveniente que para liberar del olvido estos relatos, había que rememorar aquellos valores que nos dan la guía imborrable de la presencia espiritual de la Sierra de Segura en el Santo Reino.