ENSOÑACIONES Y FANTASIAS

14.08.2018 19:28

ADVERTENCIA AL LECTOR:

    El siguiente relato-como fácilmente apreciará el virtual lector- es fruto de la imaginación del autor, en clara alusión al título del mismo, si bien, el escenario donde se desarrolla el mismo es totalmente real, incluso documentado por mapas cartográficos, debidamente actualizados.

     Arranca en los límites provinciales entre Jaén y Albacete, claramente delimitados por la peña del Cambrón y finaliza en el término municipal de Riópar (Albacete).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                         

    

 

 

 

                                                                          

 

                

 

ENSOÑACIONES Y FANTASÍAS

“Todo ocurrió en Siles”, ese pueblo inesperado en la geografía serrana y de doble faceta. Una, la antigua, que se apiña, chico y moreno, dentro de lo que fuera su muralla; y la otra, más moderna, donde un caserío blanco y limpio cuadricula sus calles tiradas a pulso y cordel, rodeadas por sus flores de serranía que nunca  se mudan y aderezado por ese Cubo, construido por el comendador de Santiago don Lorenzo Suárez de Figueroa. En la crónica del buen rey don Alfonso, el del Salado, se cuenta en coplas que el rey nazarita de  Granada, Mohamad, puso cerco a la villa serreña, en el año del Señor de mil trescientos y pico y, al parecer, dichas cantinas decían así:

          

 

 

          

          

            

 

               Un arráez se guisó

 

           en Guadix con gran mesnada

           y sobre Siles posó

           con su hueste bien armada

 

Parece ser que gracias a la intervención del bendito San Roque- el del perro sin rabo – y copatrón del pueblo, amén de que las gentes de Siles tampoco se echaron atrás, el Reyezuelo granadí no se pudo salir con la suya.

Gentes de antaño, dicen que si Siles se llama así, son por los muchos silos que se levantaron allí. Otros opinan, que el nombre  viene de Silis, la silente o silenciosa.

Pero dejemos atrás esta pincelada histórica y centrémonos pues en la razón de ser de este relato que a continuación describo:

Recuerdo desde mi más tierna infancia,  cuando atravesaba Siles- en compañía de mis padres para visitar a mis parientes de la vecina y ya albaceteña Cotillas-, mis ojos quedaban clavados como atraídos por una extraña y poderosa fascinación en la mole denominada “Peña del Cambrón”, que aparecía ante mi vista como una elevación inhiesta, poderosa y desafiante, adornada por sus níveas cimas en los rigurosos días de invierno y que parecía invitar al hipotético viajero a escalar sus escarpadas  paredes para poder disfrutar de mesa y mantel blanco, en alusión a su forma, similar a una meseta deformada por sus laterales y a sus nevadas cúspides.

Pues bien, llevado por esa fantasía y ensoñación de mis recuerdos infantiles, reforzados con el paso del tiempo, me puse a pensar, lo maravilloso que sería sobrevolar al modo del mito de Ícaro, las serranías de Alcaraz, tomando como punto de partida, la citada “Peña del Cambrón”, aún a riesgo de tener que encontrarme inevitablemente cara a cara con la condición de simple ser humano.

El susodicho y ficticio vuelo, comenzaría  una vez alcanzado el promontorio rocoso de la cara sureste y avanzando por la árida altiplanicie  roquedosa que con sus abruptas aristas, parecen retar mis pasos como sufrido caminante, solamente aliviado por la esporádica presencia de pequeños pinos, que parecen reclamarme para que me refugie de los ardientes rayos solares y poder tomar un respiro, circunstancia que aprovecho para refrescar mi martirizada garganta debido al frío viento del norte, que en esos momentos sopla  contra mi silueta de aguerrido caminante. Una vez recuperado de mi esfuerzo, camino unos metros en dirección Norte y por fin llega el ansiado punto de destino con la ayuda de mis aparatos de precisión y que con cálculo milimétrico me indican, que me encuentro en la cota más alta posible, concretamente a 1537 metros de altitud. Y he aquí que me reconforto del titánico esfuerzo realizado contemplando unas maravillosas vistas de todo el entorno que alcanza mi vista, tratando de escudriñar hasta el último rincón de estos parajes idílicos.

Como si de una paleta multicolor se tratase, observo las mil y una tonalidades presentes en los cuatro puntos cardinales posibles. Comenzando por la cara Norte, diviso en la lontananza las áridas tierras manchegas de Bienservida y El Salobre, hacia Poniente intuyo todo el valle de Onsares, con las cercanas localidades de  Torres de Albanchez Génave y más hacia el Noroeste Villarrodrigo, virando al Sur, observo La Cañada del Señor  y Siles, así como el Campillo, para terminar hacia Levante, con las vistas más espectaculares de todo el entorno, como por ejemplo: Villaverde del Guadalimar, Cotillas, Puerto del Arenal y nacimiento del rio Mundo.

De pronto, salgo de mi ensimismamiento y me doy cuenta que estoy perdiendo un  tiempo precioso en mi objetivo de volar y velozmente preparo mi equipo de  paramotor con ayuda de mi compañero Carlos, que me ayuda en esta infraestructura, desplegando el parapente (planeador de tela) y adosándome seguidamente en la espalda el pequeño motor de hélice, inicio el despegue por la cara norte del promontorio rocoso, con total normalidad. Tras unos minutos de “tanteo”, probando la capacidad de volar bajo y lento en torno a la Peña del Cambrón y disfrutando de unas vistas en 360º, me dirijo rumbo Este-Sureste, ya en las lindes de la provincia de Albacete y a una altura de 800 metros del suelo, sobrevuelo los parajes de Pozo de Abajo, Bellotar y Carrascosa,  quedando fascinado por los tonos verdosos del relieve, salpicado por otros de color marrón claro, que indican la proximidad de algún núcleo urbano, como por ejemplo, las localidades de Villaverde del Guadalimar y Cotillas, custodiada por su Castillo de la Yedra, prácticamente derruido por los envites del tiempo y que a modo de vigía permanente, parece proteger a su  diminuto pueblo con Los Padrones y la  Sarga  como telón de fondo y hacia dónde me dirijo con el propósito de encaramar  el Puerto del Arenal, no sin antes, atravesar el Valle del Arroyo de la Puerta, cuna del río Guadalimar,- el cuál virará hacia el Suroeste, buscando los límites provinciales de Jaén cerca de Arroyo Frío-

Ensimismado y embriagado por el manantial de efluvios de plantas aromáticas que inundan mis sentidos y que cubren la mayor parte de la sierra, como son: tomillo, espliego, hinojo, mejorana, etc., olvido ascender mi paramotor y casi rozo peligrosamente los numerosos calares que proliferan en la zona, subsanando el error ante la inminente presencia del  Calar del Padroncillo, desde donde diviso la localidad de Riópar y el Calar del Río Mundo, descendiendo por el desfiladero de dicho calar y atisbando la estrecha carretera que corona el punto más alto del Puerto del Arenal (1.157m.),y que a modo de serpiente multicolor, parece escudriñar los escondrijos del paisaje, roto ligeramente hacia el Sureste,y atraído por una “especie de extraño cosquilleo”, me dirijo inevitablemente hacia la Cueva de los Chorros, que se asemeja a un  triángulo invertido, en cuyo flanco aparecen multitud de matices y tonalidades verdes oscuros, marrones, ocres, etc., en aleatoria y caprichosa combinación. Y he aquí, que como si de “un balcón  suspendido en el aire” se tratase, revoloteo el inmenso precipicio, desde dónde se despeñan con inusitada violencia las aguas del incipiente Río Mundo, a modo de feraz cascada, salpicando todo el desfiladero, aderezado de hojarasca y arbolado y que tapizan dicha garganta a modo de manto verde inmaculado, produciendo un característico ruido al estrellarse la masa acuosa contra los numerosos salientes, vértices y aristas de dicho roquedal. Curiosamente y a mí diestra, veo que un grupo reducido, pero desafiante de aves autóctonas del lugar como: águilas perdiceras y halcones peregrinos, se sitúan en retaguardia de mi  paramotor, como si quisieran escoltarme o vigilarme en mis numerosas circunvalaciones del entorno y que con sus audibles y molestos graznidos, parecen reivindicar, que este espacio sagrado, no puede ser violado por este intrépido “hombre pájaro”.

Efectuando giros próximos a los 360º, y a una altitud aproximada de 1.500 m, me percato, que el conjunto de la Sierra de Alcaraz, presenta un aspecto de enormes contrastes, entre paredones calizos, desfiladeros, laderas boscosas y cumbres despobladas, valles y arroyos y, entre todos ellos, se instalan microhábitas donde prosperan numerosos endemismos vegetales.

Antes de abandonar este paisaje de “cuento”, sobrevuelo el lateral derecho del ficticio triángulo ya aludido y aparece ante mí asombrada visión  La cañada de los Mojones y El Mirador y justo en el vértice de dicha triangulación, reaparece La Cueva de los Chorros y nacimiento del Río Mundo.

Abandono dicho entorno, deslizándome en dirección Noreste por tan fascinante desfiladero y surge en la lejanía la localidad de Riópar, no sin antes desviarme hacía mi diestra, para recrearme en el entorno de Riópar la Vieja, encaramada en una elevación en forma de meseta (1.125 m) y que me ofrece, como si de un menú visual se tratase, los restos del Castillo, Cementerio, La Fuente del Recodo y la Iglesia románica, todo ello, salpicado por una ligera bruma, que no me impide otear con minuciosidad tan exuberante belleza paisajística.

Conviene recordar que los primeros indicios de la existencia de habitantes de Riópar es el yacimiento Neolítico de la Marija, al pie de Riópar Viejo, que parece que fue asentamiento hasta la cultura del Bronce inicial. Ya en plena Edad del Bronce, surgió el  aludido poblado, que  ha estado habitado ininterrumpidamente por todas las culturas posteriores ( bronce, romanos, visigodos, islámico y castellano), hasta su despoblamiento con la muerte del último habitante en el año 1.995.

A partir de 1.999 vuelve a tener dos vecinos y en el año 2.000 son ya cuatro los moradores establecidos en el núcleo.

Pero paralelamente a este despoblamiento, a partir de febrero del año 1.772, se crea en el valle la primera fábrica de producción de latón de España, y poco a poco a lo largo de estos dos siglos el abandono del viejo Riópar se va compensando con el poblamiento de las Fábricas  de San Juan de Alcaraz, que por decreto del Consejo de Ministros a principios de los 90 pasa a llamarse Riópar o Riópar Nuevo y el primitivo enclave origen del actual, y más antiguo que la historia pasa a ser Riópar Viejo.

Se han encontrado vestigios de la ocupación romana fechados dos siglos antes de Cristo en el llamado tesorillo de Riópar que consta de 364 monedas y que se encuentra en el Museo Arqueológico de Albacete.

En las guerras púnicas debió haber algún enfrentamiento entre romanos y cartagineses y tal vez, los elefantes de guerra de Aníbal, en su ruta hacia Sagunto e Italia pasaron por el llamado “Camino de Aníbal” calzada romana que pasaba por el valle de Miraflores.

Durante la dominación árabe el cronista Al-Zuri, en el siglo XI describe “Almisawanis”, que parece ser el nacimiento del rio Mundo.

Finalmente, la reconquista la realizó Alfonso VIII al año siguiente de la batalla de las Navas de Tolosa.

Tras esta reseña histórica y centrándome de nuevo en mi ruta aérea, me percato de la existencia hacia Levante de una formación tormentosa que lejos de ser incipiente, se ha convertido en una seria amenaza para la integridad física de este aguerrido Ícaro, acompañada por su cortejo de truenos y centelleantes resplandores, por lo que decido tomar tierra en un descampado junto a las ruinas de los viejos talleres de El Laminador y que allá por el año de 1.781 se convirtió  en el verdadero motor del complejo fabril de Riópar, al construir una presa con toda el agua del río Mundo, causando el movimiento de la rueda, y máquinas del martinete de cobre.

Como colofón a estos relatos, es un aserto declarar que en todos los tiempos, el ser humano ha sentido el aguijón de procurar escuchar, leer o de buscar la noticia por recóndita que esté y registrarla como un signo nuevo sin detenernos en una crítica elemental y previa si valía o no la pena el tiempo perdido en buscarla. Y yo, como lego en el campo de la erudición, quiero aseverar que “más vale reconocer la ignorancia que un río de turbia sabiduría no criticada” y ante todo la sentencia de Plinio, de que “no hay libro o relato malo que no tenga algo bueno”.

 

          Andrés Quero Moreno