ESTANCIAS DE QUEVEDO EN BEAS DE SEGURA

23.10.2015 21:44

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QUEVEDO y sus parientes de Beas

Los últimos años de la vida de Quevedo se encuentran presentes en las numerosas cartas, que dirige a su pariente político, D. Sancho de Sandoval y Negrete, nacido en la villa de Beas de Segura, que contrajo matrimonio con doña Leonor de Bedoya y Vozmediano, oriunda de Alcaraz y prima de Quevedo, por descender ambos de linajuda familia de la Montaña, dónde tenía el autor del Buscón el solar de sus mayores. Y, a propósito de su casona, escribía el gran satírico con cierto deje de amargura:

                                                                 Que en mi casa solariega

                                                                 más “solariega” que otras,

                                                                 pues que, por no tener techo

                                                                 le da el sol a todas horas

Era D. Sancho, caballero de la Orden de Calatrava y familiar del Santo Oficio de Murcia; de familia de abolengo y prosapia, pariente del famoso Arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Sandoval y Rojas, y del Duque de Lerma,D. Francisco Gómez de Sandoval, valido de Felipe III. De dónde también estaba emparentado por ser doña Catalina de Zúñiga y Sandoval, esposa de D. Fernando Ruiz de Castro y Andrade, sexto Conde de Lemos y Virrey que fue de Nápoles.

A sus blasones de limpia alcurnia unía una vida austera, alternando el “entretenimiento de leer y escribir” con el afán diario de gobernar su patrimonio. Sentenciosamente aconsejaba D. Francisco, con certera visión: “Hacienda asistida es dos haciendas y dejada, ninguna; yo le aseguro con mi experiencia”. Y bien se relamía  de gusto el señor de la Torre de Juan Abad, cuando recibía en su propia casa aquellas suculentas y sabrosas peras bergamotas, ciruelas de fraile, higos, granadas y orejones e la feraz vega de Beas, con que frecuentemente le obsequiaba D. Sancho. Las cántaras de aceite tampoco le iban a la zaga en su liberalidad, pues pudo tener “visitas de lechuzas y dado gran alegrón a los candiles y ensaladas”.

Y siempre en la punta de su pluma el prudente consejo, las frases correctas a su prima doña Leonor y, como bien nacido, agradeciendo las muchas atenciones con que esta familia le distinguía, y con la que pasaba frecuentes temporadas en Beas, acompañando a D. Sancho en sus excursiones cinegéticas a Sierra Morena.

Merece que fijemos nuestra atención en la carta que escribe al hijo de D. Sancho, D. Juan de Sandoval; en ella amonesta cariñosamente a aquel por subir a Segura, pues él bien sabe el frío que hace por aquellas alturas “aún por agosto” .

                                                                                Debajo de ti truena

                                                                               que respeta tus cumbres el verano

                                                                               y allá en las faldas suena

                                                                              lluvioso invierno cano;

                                                                              y dónde eres al cielo cama dura

                                                                             das al Guadalquivir cuna en Sigura.

Esta inspirada composición al Yelmo, de la pluma de Quevedo, nos demuestra que este abrupto rincón, le resultaba familiar.

Los vínculos de tan noble amistad no se vieron nublados por la persecución que sufrió Quevedo durante su cautiverio, como lo atestiguan las cartas que recibió D. Francisco de su pariente, durante su estancia en San Marcos de León.

Supremo anhelo de estos postreros años, después de salir de la prisión, fue reunirse en Beas con estos parientes y que no pudieron realizarse: “Beso a vuestra merced la mano por tantas prebendas recibidas y que me han dado vida”- comentaba con melancolía-.

Su salud y deterioro físico se van acrecentando. Las postemas van cubriendo casi todo su cuerpo hasta convertirlo en una verdadera llaga, alargando las horas de su agonía; pero siempre llegan a la cabecera de su cama las confidentes cartas de D. Sancho y de doña Leonor hasta días antes de su tránsito, como perenne símbolo de una inquebrantable amistad a través de todas las vicisitudes de una fecunda y azarosa vida.

 

                                                                                       Andrés Quero Moreno