MITOS Y LEYENDAS

23.11.2017 21:04

Resultado de imagen de Fotos de cazorla y el castillo de la YedraLA TRAGANTÍA

Cuando las huestes del arzobispo de Toledo atravesaron los puertos del Muradal con sus carros, cruces y caballos, el rey de Cazorla supo que iban a arrasar sus posesiones y que todo intento de resistir por las armas el ataque de los cristianos, resultaría inútil.

Desde el alto mirador del castillo,el monarca musulmán miraba cómo sus gentes huían cargados en carros los enseres más valiosos. Bien preveía la suerte que aguardaba a su pequeño reino. Como dos años antes hicieran en Quesada, los cristianos entrarían a sangre y fuego y devastarían todo lo que no pudieran rapiñar. Talarían árboles y viñedos, incendiarían el pueblo, arrasarían los sembrados, cegarían los pozos y acequias, y regresarían a sus tierras cargados con el botín y arrastrando cautivos.

Por ello, el monarca había permitido el éxodo de sus súbditos hacia tierras más seguras, de las que podrían regresar cuando el peligro hubiese pasado. En poco tiempo el reino de Cazorla quedó despoblado.

El último día, los hombres de la escolta real aguardaban impacientes en el patio del castillo la orden de partida. Temían que las avanzadas de los cristianos alcanzasen el valle antes de que ellos hubieran tenido tiempo de ponerse a salvo. El castillo se hallaba completamente vacío y, sin embargo, el rey se demoraba dentro..

Nadie sabía que el desdichado tenía un motivo para retrasar la salida: había decidido que su hija permaneciera allí dentro, oculta en unas secretas habitaciones, cuya existencia sólo él conocía. Aunque la dejaba bien provista de alimentos y lucernas de aceite, así como de todas las otras cosas necesarias para que no sintiera incomodidad alguna durante los pocos días que duraría su reclusión, el atribulado anciano no acababa de resignarse a partir.

Cuando finalmente atravesó a galope tendido el puente de madera del castillo, seguido por media docena de sus fieles, no había en todo el valle una chimenea que humeara y la quietud era absoluta. Sus vasallos estaban a salvo.

Él no. Un certero lanzazo lo alcanzó en el cuello, derribándolo al suelo. En el mismo instante, del herbezal de la ribera surgió un grupo de ballesteros apuntando con sus armas al grupo fugitivo. Antes de expirar, el rey quiso inúltimente decir algo.

Era el día de San Juan.

Contrariamente a lo previsto, los cristianos no devastaron el valle. Se estableciron en él y trajeron colonos de lejanas tierras, que le dieron nueva vida.

En el silencioso y húmedo subterraneo del castillo, el silencio era casi perfecto. Sólo lo quebraba el apagado gotear de las abundantes filtraciones de agua. Envuelta en tinieblas, la princesa ignoraba la sucesión de los días y las noches.Estremeciéndose de angustia cada vez que creía escuchar algún ruido, vagaba de una estancia a otra con una pequeña candela en la mano.

A la zozobra de los primeros días sucedió la resignación y, luego, cuando se hizo patente que el mundo se había olvidado de ella, la desesperación y el desvarío.

Las provisiones se agotaron, la lumbre se extinguió. Llegó el invierno y el frío se hizo insoportable. Entonces, la desgraciada muchacha se dispuso a morir bajo las mantas de su oscuro lecho.

Lentamente cayó en un profundo y largo sueño.

Cuando se despertó, afiebrada, sintió las piernas heladas y doloridas. Quiso frotarlas con las manos y se encontró con una piel áspera y escamosa, que le hizo estremecerse de asco.

Con el tiempo dejó de sentir hambre y frío y una extraña resignación se apoderó de su espíritu. Dormía casi permanentemente sin moverse del lecho. Y, poco a poco, sin terror ni angustia, aceptó el hecho de que sus extremidades inferiores adquirieran un aspecto serpentino...hasta que comenzó a reptar a lo largo del tenebroso subterráneo y a anillarse, entre silbos, en los pilares que sostenían al techo.

Así fue como la desdichada princesa andalusí se transformó en la Tragantía.

En una torre del castillo de Cazorla había una pesada losa con una argolla de hierro, que nadie se ha atrevido a levantar. Se dice que es la entrada al subterráneo donde el rey ocultó a su hija, y se llega a él después de de descender por una larguísima escalera angosta.

Un postigo del mismo Alcázar y una solitaria cueva que se encontraba en el camino de Montesión reciben también el nombre de Tragantía.