RECUERDOS DEL PASADO

10.10.2015 12:12

EN DEFENSA DE LA MAGNOLIA

Es posible que la mano que diera vida a la magnolia que había en la acera del Casino, fuera un hombre impregnado de un profundo sentimiento cívico y poético, porque la imagen  que este árbol representaba para La Puerta de Segura, fue como el símbolo obligado  de la prosa de nuestro diario vivir de antaño.
      Esta magnolia tenía una copiosa experiencia y poseía un inmenso caudal de conocimientos de los sucesos  más o menos vagos de nuestro pasado. Los sufrimientos y mutilaciones que padeció este árbol, fueron portadores de un beneficio que nos hacía cada día, cada vez que a su sombra nos acercábamos;  pero nosotros no deseábamos ni queríamos conocer con la futura convicción de un  prestigio, que este árbol se nos hizo familiar, famoso, o tal vez, imprescindible en nuestro continuo cotilleo. Aprisionado por el asfalto y el cemento, encadenado como Prometeo a la roca, nuestra magnolia terminó cediendo sus entrañas a la despiadada compasión de la carrera loca de la civilización y del progreso.
      En los días críticos de la contienda nacional, este árbol sostenía el altavoz que nos comunicaba los avatares de la guerra. En el año 1.959, este  espécimen daba sombra a la fabulosa banda de música de las 16 fuerzas de los EE.UU., y, durante muchos años, sus laceadas hojas han dado cobijo a las orquestinas de nuestras fiestas del Carmen. Bajo su ramaje han recibido trofeos nuestra juventud deportiva y su tronco liso y perfumado ha sostenido el utillaje  de los fuegos de artificio y, en los días de Feria ha lucido guirnaldas multicolores. Y es que, el arte, que es la disposición e industria de todo lo bueno y bello, ha buscado siempre la sombra de nuestra magnolia, como si su perfume hubiera sido una sublime inspiración.
      Todos los árboles tienen su prestigio, su importancia, y otros han sido testigos de grandes acontecimientos históricos.
       Nos habla la historia del famoso laurel de Zubia, entre cuya fronda se guarneció Isabel la Católica, burlando la persecución de los moros.
       El célebre manzano de Newton, hizo concebir al sabio la ley de la gravitación universal al caerle una manzana y, a la sombra del roble de Guernica, se reunía la Asamblea General de Vizcaya; pero la celebridad de nuestro árbol es otra muy distinta. Nuestra magnolia era célebre por la nutrida concurrencia que bajo su ramaje había de noche y de día, perenne como su fronda; con diálogos verdes y rojos, como sus lanceadas hojas…De flores globulosas y terminales, de perfumada madera, de exquisita y bella arrogancia; se decía que, por lo que llevaba visto y oído, sabía más que Lepe, aquel famoso  descubridor y conquistador español, que se fue a las Américas en busca de aventuras.
      A veces, el hacha municipal, hacía tremendas podas y todos creíamos que había llegado el fin  de su existencia. El hachero, en sus idas y venidas la miraba y remiraba con hipócrita compasión, con la despeidad burlona que el verdugo mira a sus víctimas. Por fin, siempre acababa salvándose. Pero al final, le llegó su hora definitiva ,victima de las inexplicables y absurdas decisiones del ser humano.
      ¿Qué fue de ti, Fiesta del Árbol? ¿Qué fue de aquellas infantiles manos que apagaban la sed de tu vida? Desapareció todo. Nuestra magnolia fue la verdadera hija de la necesidad, la que se contentaba con el mas miserable de los cuidados que las demás plantas desdeñarían, y que, a veces, solo se conformaba con el humilde riego de unos cuidadores que ignoraban al único y más bello ejemplar de nuestra jardinería. Nuestra magnolia, bella y arrogante como una auténtica creación andaluza, mereció un poco más de cuidado en su día, de mas consideración y mereció, además, haberse alejado de la piqueta de  los hombres, para que hubiese seguido con vida, para que se hubiesen dilatado los pulmones de todos los porteños, sedientos de sus efluvios aromáticos.

                                                         Andrés Quero Moreno