UN LUGAR APETECIBLE: SEGURA DE LA SIERRA

22.06.2016 20:01

MISCELANIAS SEGUREÑAS

Segura de la Sierra toma su apelativo de la extensa Sierra de Segura. El río de este nombre nace en sus peñas y se extingue, oloroso de flores murcianas, en el mar alicantino. Enclavada la localidad en la abrupta serranía, en paraje defensivo y ofensivo, según convenía a los tiempos medievos y al tránsito y acarreo étnico de gentes mas zagueras; porque esta tierra ha sido frecuentada por civilizaciones diversas, fundidas en el limo de su dulce feracidad. Actualmente es un pueblecito de corto vecindario, que se compone de un conjunto de casas replegadas al amparo del Castillo y de algunas otras con reminiscencias nobles, escudos borrosos encubiertos de encalado y una fuente de primoroso gusto y elegante estilo. Huellas muy respetables de su pasado glorioso, ¡Ay, si las piedras hablasen! no dariamos a basto a contar tantos relatos.... pero, no nos pogamos nostálgicos y prosigamos.

     Situada Segura a 1.240 metros de altitud, respira un aire de efluvios aromáticos procedentes de los tupidos pinares de las barrancadas y alturas circundantes, deleite de los sentidos más exigentes.

   Posee esta localidad un trio atractivo: el efluvio histórico, un Castillo y un panorama señorial. Fueron destruidos sus archivos y quemada la Iglesia de la insigne orden de Santiago, por la devastación francesa, vengada en Bailén; no obstante, se han comprobado con certeza ,curiosos y dispersos datos para la vicisitud histórica. Así, podemos decir que el infante don Enrique II de Trastamara nació en Segura; y de la misma cuna, el eximio teólogo don Martín Pérez de Ayala, definidor dogmático en el Concilio de Trento, cuya autobiografía relata con encantadora sencillez su nacimiento e infancia; su padre cuarentón aporta al matrimonio unicamente "una capa y una espada". Simbolismo escueto del áureo siglo XVI. Fué elevado, a la postre, el gran humanista a la sede arzobispal de Valencia, en dónde acaeció su enterramiento en la Catedral. la nonata Santa Teresa de Jesús mantuvo correspondencia con el caballero segureño, don Cristóbal Rodríguez Moya, para una fundación carmelitana que no properó. El duque de Gandía dejó establecida una Residencia de jesuitas, abandonada a la expulsión de Carlos III y habilitada en su día para casa Ayuntamiento. Quevedo bien conocía Segura y sus contornos, con conocimiento galante, dedicando una rima al Yelmo que muestra su cúspide de faz rasurada con el manto niveo de sus hielos y nieves; y los rayos solares, acarician su resplandeciente cutis desde el Orto hasta el Ocaso.

     El castillo muestra sus trazas de altiva arquitectura. Mansión de la realeza, asiento de la energia humana y buena escuela de elegancia en los giros maestros de las águilas. Resuenan en sus torreones las proezas del Romancero, en tensión de guerras, querellas de amor, prisión y refugio de príncipes, desvarios de intrigas, ebullición de ambiciones, efervescencias de pasiones turbulentas y amores prohibidos. El buen Cid, cabalgando a su vuelta de Andalucía hacia Valencia por este paso, debió otear el eminente castillo, que pudo codearse con el más presuntuoso de los muchos desparramados por el suelo ibérico.

     El panorama que se avizora desde el mirador de Segura es dilatadísimo. Los ojos saltan de una a otra montaña y se pierden en la tramontana. De trecho en trecho se jalonaban---quedan pocos enhiestos-- los cuadrados torreones de vigilante atalaya en la ruta escrutadora de avisos y alarmas: mensajes de inquietud para el castellano, mensajes de calma para el cortesano. En cada hora del día, magia del tornasol, la luz prestigia el relieve del paisaje en movible armonñia de mutación de claridad y umbría, en una sucesión de paisajes de identidad diferente. En las noches rutilantes de estrellas, se siente el palpitar de un gozo cósmico, y el misterio indescifrable embarga la limitación humana. Y bajo el cetro de la luna, todo el desfogue poético de la lira.

   Ahora bien, si Segura fué, en lo pasado ya, estrategia castrense, una nueva y apacible estrategia puede reanimarla. Las cosas vuelven de otro modo; la Naturaleza permanece impasible a los quehaceres del hombre. (Es irracional, dice Sócrates). Segura puede y debe revivir en consonancia con el rumbo de los actuales tiempos, pero no para activarse en estridencias de metropoli. En el periodo estival no tiene parangón. El aire fino, las aguas sanas, el sedativo silencio, las horas suaves y la límpida luz, constituyen un tesoro inestimable. las ondas del estrépito mundano llegan purificadas sin alterar su ritmo ecuánime. Parece como si al contemplar desde lo alto y a lo lejos, el hombre se sintiese más ímtimo, menos petulante, dialogando con la Naturaleza mano a mano en una lengua sutil. Inserto en un tal ambiente, nótase un fluir deslizante del ser y como si uno fuese un elemento mínimo de la Creación. Para estimar este sortilegio, no tiene ojos el alma del visitante atropellado, lleno de ruidos; los atolondrados que llevan una prisa vacía de sentido; los que echan una mirada a lo aparente y no ven lo que hay detrás.. Como decía Epicuro: " la mayor parte de los hombres salen de la vida como si acabasen de entrar en ella".

     Para la nostalgia romántica, Segura de la Sierra es lugar codiciado para el reposo del cuerpo y el sosiego del espíritu.