UN PARAISO INFRAVALORADO

08.03.2021 20:20

UN PARAISO INFRAVALORADO

Segura de la Sierrra toma su apelativo de la extensa sierra de Segura. El rio de este nombre nace en sus peñas y se extiengue, oloroso de flores muercianas, en el mar alicantino, allá por Guadamar del Segura. Ubicada en la parte oriental de la provincia de Jaén y casi lindando con la vecina Albacete, se convertía en paraje defensivo u ofensivo, según convenía a los tiempos medievos y al tránsito y acarreo étnico de gentes dispares y controvertidas.; porque la tierra andaluza ha sido frecuentada por civilizaciones diversas, fundidas en el limo de su dulce feracidad.

Su humilde núcleo urbano se compone de un conjunto de casas modestas replegadas al socaire del Castillo y de algunas otras con reminiscencias nobles,, y pedazos de murallas. Hay tal cual capitel roto, escudos borrosos encubiertos de encalado, y una fuente de primoroso gusto y elegante estilo.. Huellas respetables. Situada Segua  a 1240 metros de altitud, respira un aire matizado por los tupidos pinares de las barrancadas y alturas circundantes, deleite de los sentidos. En tiempos no muy lejanos, era dificultoso trepar por sus faldas para verle la cara por su orografía caprina.

Posee Segura un trío atractivo. el efluvio histórico, un castillo y un panorama señorial. Fueron destruidos sus archivos y quemada la Iglesia de la insigne Orden de Santiago, por la devastación francesa, vengada en Bailén. Tenemos datos sobrados de vicisitudes históricas: Así, podemos decir que el infante don Enrique II de Trastamara, nació en Segura; y de la misma cuna, el eximio teólogo don Martín Pérez de Ayala, definidor dogmático en el Concilio de Trento, cuya autobiografía relata con encantadora sencillez su nacimiento e infancia; su padre cuarentón aporta al matrimonio unicamente "una capa y una espada". Simbolismo escueto del áureo siglo XVI. Fue elevado, a la postre, el gran humanista a la sede arzobispal de Valencia, en dónde acaeció su enterramiento en la Catedral. La nonata Santa Teresa de Jesús mantuvo correspondencia con el caballero segureño, don Cristobal Rodríguez Moya, para una fundación carmelitana, que no prosperó. El duque de Gandía dejó establecida una residencia de jesuitas, abandonada a la expulsión de Carlos III y posteriormente rehabilitada. Quevedo bien conocía Segura y sus contornos y dedicó una rima a el Yelmo: se eleva su estatura a 1.809 metros y muestra su cúspide de faz rasuradad con el jabón hiemal de las nieves; acarician su resplandeciente cutis desde los nacientes hasta los murientes rayos solares.

Su Castillo muestra su altiva arquitectura. Mansión de la realeza, asiento de la energía humana y buena escuela de la elegancia en los giros maestros de las águilas. resuenan las proezas del Romancero, en tensión de gueras, querellas de amor, prisión y refugio de príncipes, desvarios de entregas, ebullición de ambiciones, efervescencias de pasiones turbulentas. El buen Cid, cabalgando a su vuelta de Andalucía hacia Valencia, por este caso, debió de otear el eminente Castillo y regio alcázar; castillo que pudo codearse con el más presuntuoso de los muchos desparramados por el suelo ibérico.

El panorama que se divisa desde el mirador de Segura es variopinto.Los ojos saltan de una a otra montaña y se pierden en la tramontana. De trecho en trecho se jalonaban---quedan pocos enhiestos--los cuadrados torreones de vigilante atalaya en la ruta escrutadora de avisos y alarmas: mensajes de inquietud para el castellano, mensajes de calma para el cortesano. En cada hora del día, magia del tornasol, la luz prestigia el relieve del paisaje en movible armonía de mutación de claridad y umbría, en una sucesión de paisajes de identidad diferente. En las noches rutilants de estrellas, se siente el palpitar de un gozo cósmico, y el misterio indescifrable embarga la limitación humana. Y bajo el cetro de la lira, todo el desfogue poético de la lira. La naturaleza permanece impasible a los quehaceres del hombre. Segura puede y debe revivvir en consonancia con el rumbo contemporáneo, pero no para activarse en estridencias de metrópolis. En el periodo estival no tiene parangón. El aire fino, las aguas sanas, el sedativo silencio, las horas suaves y la límpida luz constituyen un tesoro inestimable

Parece como si al contemplar desde lo alto y a lo lejos, el hombre se sintiese más íntimo, menos petulante, dialogando con la naturaleza mano a mano en una lengua susurrante. para estimar este sortilegio, no tiene ojos el alma del visitante atropellado, lleno de ruidos; los atolondrados que llevan una prisa vacía de sentido; los que echan una mirada a lo aparente y no ven lo que hay detrás.Aquella máxima de Epicuro:  LA MAYOR PARTE DE LOS HOMBRES SALEN DE LA VIDA COMO SI ACABASEN DE ENTRAR EN ELLA.

Segura de la Sierra es el lugar codiciado para el reposo del cuerpo y el sosiego del esíritu, al margen de un turismo manoseado. Una tregua confortadora., que reperesenta los valores de lo autóctono español.